viernes, 29 de abril de 2011

Keynes vs Hayek

Aquí os dejo dos geniales videos que expresan las diferentes vertientes económicas de estos dos personajes, en forma de música.

Para aquellos con escaso (por no decir nulo en algún caso) dominio del idioma de la Pérfida Albión, ambos videos van subtitulados.

Espero que los disfruteis, así como que también saqueis conclusiones, a favor de Keynes (intervencionismo, colectivismo y gasto) o a favor de Hayek (libertad, individualismo y ahorro). Después de todo ambos videos sirven, además de para pasar un buen rato, para dar a conocer los principios básicos de ambas corrientes de pensamiento, así como también para hacernos pensar en cual de las dos tiene mayor validez.

Sin más dilación aquí os los dejo


Primer Asalto:


Y el Segundo Asalto:

jueves, 28 de abril de 2011

Economía Sumergida


Leo hoy en el periódico una noticia sobre lo mal que va Galicia en la economía sumergida. Según esa noticia los gallegos estamos defraudando a las arcas públicas en casi 5.000 millones, lo que ronda el 9% del PIB. En esa misma noticia se hace mención a lo que ganaría el Estado con en recaudaciones si ese empleo sumergido saliese a la luz en forma de cotizaciones. Por supuesto también se comenta que hay que actuar con mano dura, y no dar tregua a esos criminales. “Nada de amnistías” dicen todas las asociaciones (sobre todo sindicatos).

Creo que antes de criticar una acción o más bien una situación, hay que analizarla en profundidad para ver el por qué ocurre. En medicina se puede hablar de la lucha contra los síntomas o la lucha contra la enfermedad. Pongamos por ejemplo que un paciente se acerca a un médico porque tiene una serie de síntomas: A, B y C. El médico le receta entonces una medicina contra A, una contra B y una contra C y ahí se queda la cosa. Mientras dura el tratamiento, el paciente se encuentra mejor, pero como la enfermedad sigue estando dentro, en cuanto deje el tratamiento, o bien avance la enfermedad, o bien su cuerpo se acostumbre a la medicación, al final volverá a mostrar esos síntomas. Si por el contrario el médico, al analizarlo, descubre que esos síntomas pertenecen a la enfermedad X, al tratar dicha enfermedad evita que vuelva a aparecer.

Pues en el tema económico estamos exactamente igual. Por una parte tenemos una serie de síntomas: Aumento de paro, desaparición de empleo, incremento del empleo sumergido, disminución de ingresos por impuestos, etc. Por otra tenemos la enfermedad en sí: la elevada carga fiscal y legal que sufre la población (en realidad la enfermedad final es el Estado, pero por ahora dejémoslo en una de sus enfermedades “laterales”).

¿Cómo luchan los gobiernos contra esta situación? Lo de siempre, aumentando impuestos, imponiendo multas, aumentando el gasto (aumenta la burocracia asociada, pues si hay que “luchar” contra esto, hay que aumentar el número de funcionarios que se dedican a inspeccionar, así como también toda la carga burocrática que traen consigo, además de todos los puestos, también empleados del Estado, que van asociados)… ¿Y quién paga todo esto? Pues los de siempre, los ciudadanos. Es decir, para luchar contra los delincuentes, los que son “legales” tienen que pagar todavía más para que “papacito Estado” los cuide. Con lo que esos legales llegan al punto en que no pueden seguir pagando y pasan a ser “criminales”, por lo que “papacito Estado” tendrá que recaudar aún más para poder perseguir a los nuevos criminales que han aparecido…
            
             Es un círculo vicioso que conduce inexorablemente hacia la total y absoluta destrucción de empleo y estabilidad.
             
            Si existe economía sumergida no es porque la gente “quiera” ser ilegal, criminal, perseguida y “odiada”. Existe porque “papacito Estado” nos obliga a ello. Si un empleador necesita de 2 empleados, pero por la carga legal y fiscal que le cae encima no puede contratarlos, lo hará en “negro”. Si un empleado necesita trabajar, pero no puede encontrar trabajo porque con la legislación actual nadie puede contratarlo, pues empezará a trabajar en “negro” para poder llegar a fin de mes.
            
            Dentro de la economía sumergida tenemos a aquellos que buscan ahorrarse un dinero de forma plenamente consciente y sin necesidad real de ello. Pero también tenemos a aquellos que se han transformado en ilegales porque no les ha quedado más remedio. Y estos últimos son la mayoría.
  
¿A cuanta gente conocemos que se dedica a hacer “chapucillas” para ganarse un dinero que les permita llegar a fin de mes? Todos conocemos a alguien así. Pues esa persona es un “criminal” ya que pertenece a la “economía sumergida”. Un autónomo que ha tenido que darse de baja de ese régimen porque no le llega el dinero, pero que sigue trabajando igualmente porque es la única manera que tiene de poder tener un plato caliente en la mesa. Ese también es un “criminal”. Un empleado y un empleador que, en vista de la situación, deciden de mutuo acuerdo trabajar más horas, pero sin declararlos y así ambos ganan más. Ellos también son “criminales”.

En resumen… toda la ciudadanía es criminal, después de todo, ¿quién no busca el resquicio para así pagar lo menos posible de impuestos? Todos, en alguna ocasión, hemos comprado algo “sin factura”. Todos, en alguna ocasión, hemos “olvidado” pagar algún impuesto. Todos somos criminales, peores incluso que aquellos que tienen sangre en sus manos, peores que los violadores, peores que los pederastas. Somos lo peor de lo peor. Somos “economía sumergida”.

Ningún político se ha planteado que, tal vez, la causa de todo esto se encuentre en el férreo control bajo el que estamos. Tal vez la causa se encuentre en la elevada carga fiscal que nos toca pagar. Tal vez la causa se encuentre en la ausencia de libertad real que nos ha tocado vivir. Y tal vez eliminando (o, puesto que eso sería casi imposible, reduciendo al máximo) esas causas, la gente deje de estar “sumergida” y pueda por fin salir a flote.

Si a la ciudadanía se le da la opción de elegir entre ser legal y ser ilegal, la inmensa mayoría se decantará por la legalidad. Los pocos que se moverían por el otro camino, lo harían en cualquier circunstancia, por lo que los vamos a dejar un poco de lado, hasta el final. Centrándonos en aquellos que “quieren” ser legales, ¿por qué no lo son? Porque las circunstancias no se lo permiten. Si a la ciudadanía se le bajan los impuestos hasta límites aceptables, la gran mayoría preferiría pagar. Si a la ciudadanía se le baja la “imposición legal” hasta límites aceptables, la gran mayoría cumpliría las leyes. Si por el contrario, para lograr que la gente sea “legal” se incrementan los impuestos y las leyes… lo único que conseguimos es que aquellos pocos que quedaban cumplidores, se pasen al otro bando.

Ahora pasemos a aquellos que no quieren ser legales. Una persona que no quiere cumplir las normas, independientemente de cuáles sean dichas normas, da igual la medida, da igual la forma, al final hará lo que quiera. Por lo que no se puede “luchar” contra ellos con “normas” (después de todo no las van a cumplir), y sólo se consigue que, al crear nuevas normas, aparezca más gente que no pueda (y no quiera) cumplirlas.

Cada día que pasa, más gente se da cuenta de que “papacito Estado” no sirve para nada (perdón, miento, sirve para vivir bien a costa del trabajo de sus esclavos... súbditos). Pero aún así, cada día que pasa, los gobiernos siguen apretando más y más y más. Y cuanto más aprietan, más voces escuchamos “justificando” esos hechos. Como decía esa noticia. Los que más protestaban contra la “economía sumergida” y los que más “mano dura” reclamaban, eran los sindicatos, es decir, asociaciones que viven de las subvenciones del Estado, y que necesitan de éste (tanto a nivel legal como económico) para sobrevivir. Pero si en lugar de preguntar a quién no es más que un “perro del Estado”, se le preguntase a la gente de a pie… seguro que las respuestas serían muy distintas. Seguro que la mayoría responderían lo mismo: “Menos impuestos”, “Menos leyes”, “Menos tonterías”.

Pero mientras exista gente que justifique el abuso de poder (y no me refiero a aquellos que viven de él, sino a la gente de la calle, a la cual le han lavado tanto el cerebro que se cree que no puede vivir de otra forma), esto no cambiará. Seguirán pisándonos, seguirán atropellándonos… y lo peor de todo… seguiremos aceptándolo.

lunes, 11 de abril de 2011

Naturaleza Humana


            Sé que la entrada de hoy parecerá curiosa, pues no versa sobre política o sobre mi peculiar visión del mundo, sino sobre un hecho que me ocurrió hoy mismo en la farmacia. Un hecho que, unido a otros muchos muy similares, me ha hecho plantearme mi visión del ser humano; como suele decirse, es la gota que colmó el vaso. Es probable (por no decir directamente que es seguro) que mañana ya se me habrá pasado el cabreo y volveré a la rutina de siempre, pero ahora mismo necesitaba escribirlo para desahogarme un poco.

            Relataré el hecho en sí. 

            A eso de las seis y media de la tarde entra un chico (la primera vez que lo veo) en la farmacia hablando por el móvil, el cual me pasa para que hable con la persona interesada, ya que él no es más que un intermediario. Al teléfono se encuentra otro chico, este sí del pueblo, a pedirme que le entregue a ese “intermediario” un medicamento “prestado” (es decir, que ya me hará la receta otro día, que ahora no puede). El medicamento en cuestión sé que ese chaval lo tomo de forma normal (si por normal se puede entender que se han cometido excesos en la comida y se sufre un ataque de gota… claro que en el caso del chico en cuestión, los excesos no son algo ajeno a él), y no es la primera vez que le adelanto la medicación (sé que es ilegal y un delito y un crimen; pero también sé que cuando una persona se encuentra en una situación como la suya, es complicado acercarse al médico para hacer una receta viuda, y prefiero ser un delincuente a negarle la medicación a quién realmente la necesita). Pero resulta que ese chico lleva debiendo medicinas (salvo un par de ellas para otros menesteres, casi todas eran esa para el ataque de gota) desde el año pasado, algo que le recuerdo por teléfono. A lo que él responde que sí, que muy bien, que se la cobre al chaval y que luego me trae las recetas. En ese momento el chico que hace de intermediario coge el móvil, lo apaga y me dice que le cobre todo lo que debe, que ya se encarga él de todo. Por lo que yo, sin mayor importancia, le hago una lista y le paso la factura. En total unos 25 euros… conociendo la situación del chico original, le cobro sólo 19 euros, “regalándole” 6, sin decir nada. Después de todo a mi esos 6 no me suponen ningún trauma, pero a él tal vez le sirvan de mucho. 

            A las ocho de la tarde recibo una llamada al teléfono de la farmacia. Es el “deudor” que me llama indignado, en plan amenazante y con insultos, porque ¿quién soy yo para cobrarle? ¿Acaso no había dicho que ya me traería las recetas? ¿Acaso sería capaz de dejar morir a alguien por cobrarle la una medicina?... Y esto es sólo lo “suave”, el resto mejor no lo transcribo. 

            Es decir… cuanto mejor se trate a las personas, cuantos más favores se les haga, cuanta más empatía se tenga y sea uno capaz de ponerse en la situación del otro para intentar ayudar. Entonces peor se portará la gente de vuelta. 

            Cinco meses de recetas debidas. Cinco meses con el “¡Oye Ramón, préstame esto, que luego te traigo la receta!”. Cinco meses de tocarse las narices y tomarme el pelo. Y aún así intenté ser “profesional” y “amigable”. Y entonces viene el feedback: insultos, desprecio, amenazas, malos modos. 

            ¿Acaso la gente es subnormal? Yo no me considero un dechado de virtudes, así como tampoco soy un bicho raro (puede que mi personalidad sea peculiar, pero nada más; pues una cosa es mi vida privada, y otra muy distinta mi vida laboral, en la cual, creo, nadie podrá reprocharme nada). Pero cuando alguien me hace un favor, lo primero que hago es estar agradecido y procurar devolverlo lo antes posible. No creo que sea tan extraño. No pienso que sea un comportamiento “inhumano”. No es la primera vez (y supongo que, con esta cabeza mía no será la última) que no llevo dinero encima y algún amigo ha tenido que prestarme algo. La siguiente vez que lo veo ya tiene el dinero en la mano (así como mi eterna gratitud). No es la primera vez que tengo que pedirle un favor a alguien… pero siempre que ocurre, lo devuelvo lo antes posible. ¿Es tan raro esto? Entonces… ¿por qué la gente se empeña en no darse cuenta de lo que significa la palabra “favor”?

            Un favor es algo que se produce entre dos partes. Una parte solicita una ayuda y la otra, voluntariamente, la ofrece. En cualquier otro caso ya no existe el favor. Puede ser una obligación, puede ser un contrato, puede ser un comportamiento impuesto por la sociedad, pueden ser mil cosas, pero en ningún caso es un favor. Tiene que existir la voluntariedad. Sin ella, todo cuanto se haga deja de tener sentido como favor. 

            Pero parece que la gente no ve esto. Asume que un favor es algo que la otra parte está obligado a cumplir. No sólo no es algo voluntario, sino que es tu deber, tu obligación. Es más, llegan incluso a creer que son ellos los que te hacen el favor al solicitar ayuda. Como si la otra parte no pudiese vivir tranquilo si no fuese por ellos. 

            Y claro… luego, cuando ocurre lo que tiene que ocurrir, que el que hace favores se cansa y deja de hacerlos, la gente aún le recrimina su “inhumanidad”, su “pesetismo”, su “maldad innata”, su “demonio interior”.

            La naturaleza humana es así. Dale a alguien una mano, y te arrancará el brazo entero. Hazle a alguien un favor y ya pensará que es tu obligación el ayudarlo. Y luego aún se enfadan cuando no consiguen lo que quieren.

miércoles, 6 de abril de 2011

El noble arte del latrocinio

            Imaginemos que quiero montar una empresa. Analizando el mercado y viendo el mejor nicho de negocio mi decisión es montar una granja de vacas para así poder producir carne, leche y piel. Esta empresa me costará crearla una cantidad de dinero que no tengo. Entonces me dedico a la búsqueda de inversores para ponerla en marcha. Entre esos inversores tengo a distintas entidades que buscan un beneficio económico, así como otras que me apoyan porque creen en mi empresa y en su filosofía. Pero resulta que de toda la inversión requerida sólo alcanzo a llenar el 20%. Entonces me acerco a un banco para solicitar el 80% restante y el banco, vistos los tiempos que corren, dice que mi inversión es muy arriesgada, que el volumen de negocio que voy a mover no llegará para pagar el préstamo en los 30 años que quiero poner para devolverlo, y que en esas condiciones sólo se arriesgarán a invertir en mi negocio un 60%. De forma que necesito un 20% que no sé de donde conseguirlo.

            Entonces se me ocurre una idea fantástica y maravillosa… tan arriesgada que podría funcionar. Miro en internet y busco gente que sea vegana, gente que esté en contra mi negocio en todas sus formas, gente que con sólo escuchar mi idea ya empiecen a tener arcadas. Anoto sus direcciones. Me acerco a una mercería y compro unas medias. Luego me voy a una tienda de caza y adquiero una escopeta. Y por último me acerco, casa por casa, a todas esas personas que jamás me aceptarían ni apoyarían mi idea de negocio y les robo el dinero que tengan en ese momento hasta alcanzar el 20% restante.

            ¿Qué os parece mi propuesta?

            Vale que la he “novelado” un poco, pero más o menos esto es lo que ocurre en este país con las subvenciones. Subvenciones de todo tipo y color, pero hoy me voy a centrar en las políticas.

            En España hay muchos partidos políticos, unos más grandes y otros más pequeños. El Estado reparte dinero entre ellos para sus distintos actos en función de su tamaño. En teoría para así “garantizar” la pluralidad en la política. En la práctica, porque así tendrán más dinero para dilapidar. El dinero que se reparte es el que previamente se le ha quitado a la gente a través de impuestos. Jamás se le ha preguntado a esa gente si quieren que se invierta su dinero en una formación política, o si tan siquiera si son afines a un partido u otro. En realidad, precisamente para que no haya “malos rollos”, se le da de cada persona, una parte proporcional a cada partido (en función de su tamaño, repito), así siempre estará la posibilidad de que una parte acabe en algún partido más o menos afín a la ideología de esa persona.

            Pero si bien a esa persona puede que no le importe que una parte de sus impuestos vaya a un partido, tal vez le moleste, o le fastidie que vaya a otro (normalmente suele ser así, pues si perteneces a uno, eres enemigo acérrimo de otro). Además, si a esa misma persona le gusta tanto un partido que incluso está afiliada al mismo, en realidad ya está pagando para sustentar a ese partido, entonces ¿por qué habrá de pagar aún más?

            Seguro que cuando habéis leído el inicio del post, os ha parecido curiosa (por no decir insultante) la forma de obtener financiación para la empresa que proponía (quitarles el dinero a quienes jamás la apoyarían). Pero eso pasa en este país a la hora de financiar a las distintas entidades políticas (sean partidos, sean sindicatos, sean patronales).

            La única forma realmente justa de financiación sería la de la aportación por parte de los miembros. De esta forma sólo aquellos que realmente quisieran pagar por algo lo haría, dejando libertad para que los que quisieran pagar por el contrario pudiesen hacerlo, e incluso con la ventaja de que si no queremos pagar por ninguno, pues tendremos porqué hacerlo.

            La noticia que acaba de salir, donde se dice que aún encima se les pagará más dinero (para paliar los efectos de la inflación, dicen… pero al resto se nos sube la gasolina, el gas, la luz, la alimentación, y para “paliar” estos efectos, pues se nos suben aún más los impuestos) para la campaña y sus distintas actividades.

            Es decir… viva la Injusticia, viva la Manipulación, viva la Casta Política de este país. Roban, engañan, manipulan, mienten, extorsionan… y todo se les perdona porque lo hacen “por nuestro bien”. Cada día hay más gente que no soporta la política, cada día hay más gente que no aguanta a estos mangantes, cada día hay más gente que se presentaría voluntaria para darles una buena patada y largarlos a todos… será por eso que cada día nos roban más, más y más, pues ya no saben cuánto van a durar así. 

             Y esto por no meterme ya en el resto de las subvenciones y su significado. Cine español... Asociaciones varias... Religiones diversas... Todo en España tiene subvención. Todo en España se nutre de los impuestos que se le cobran al ciudadano. 

             Si se dejasen de tanto robo y permitiesen al ciudadano elegir en qué gastar su dinero, todos ellos acabarían en alguna esquina suplicando para vivir. Y aquellos que les darían dinero lo harían voluntariamente. Y, evidentemente, jamás tanta cantidad como ahora. Tal vez por eso jamás lo cambien, se vive demasiado bien a costa del contribuyente como para cambiar ahora.

lunes, 4 de abril de 2011

El Arte de la Conducción


            Hoy por la mañana, tomándome un cafecito en la estación de servicio donde paro todos los lunes antes de ir a trabajar, tenían puesta la televisión y en ella estaban las noticas. Una de ellas me hizo pensar y ahora llego el momento de traducir esos pensamientos a palabras para transmitirlas. La notica versaba sobre las medidas adoptadas por el gobierno para “garantizar” la seguridad de los conductores. Hablaban de cómo se iba a incrementar la vigilancia en las carreteras y de cómo se perseguirían los “despistes” al volante. Esos despistes provenían de diversas acciones que hacían perder al conductor la capacidad de conducir correctamente, enunciándolos vendrían a ser: usar el teléfono (independientemente de si era el propio teléfono o un manos libres instalado en el coche), usar la radio, etc. Todas ellas acciones que, según el reportaje, disminuían la capacidad del conductor en un 40% o más. 

            Esto me llevó a pensar un poco en el propio concepto de esas medidas y su propósito final. En teoría el objetivo de las mismas es hacer que al volante se esté exclusivamente pendiente de la conducción y la carretera. En la práctica es una forma más de recaudar dinero. Pues aún habrá gente que piense que se hacen estas cosas por el “bien común”, pero no hace falta ser un genio para darse cuenta de los errores de fondo que tienen todas ellas. 

            Intentaré explicarme mejor.

            Ya puestos a buscar todas las posibles “pérdidas de capacidad” y los “detonantes” de los posibles despistes, empezaré a enumerar unos cuantos que se me ocurren:

·         Velocidad: En determinados tipos de carreteras, una velocidad baja puede causar aburrimiento, cansancio, pérdida de atención y por lo tanto una disminución real en la capacidad de conducción. Evidentemente depende del conductor, pero habrá gente que a 100 en una autovía vaya perfectamente, y otros que a 150 también. A los primeros ir a más les causará estrés, por lo que disminuirá su capacidad. A los segundos ir a menos les causará tedio y por lo tanto una disminución de su capacidad.
·         Carreteras en mal estado: Hay carreteras que impiden una buena conducción, el conductor deberá estar más pendiente de los baches, de las curvas, de los peraltes, que de la propia conducción en sí, con lo que también disminuirá su capacidad.
·         Señales de tráfico: Cada vez hay más señales en todas las carreteras. Algunas avisan de los muertos pasados, otras avisan de radares, otras avisan de que “La Paqui se nos casa con el Juán”… si el conductor presta atención a dichas señales, pierde atención en la carretera.
·         Coches de la Guardia Civil y la Policía: Es verlos y que todo conductor esté más pendiente de ellos que de la propia conducción.
·         Haber dormido poco: Evidentemente eso hace perder capacidad de reacción al conductor
·         Haber dormido mucho: El cuerpo humano está diseñado para tener una serie de horas de descanso diarias. Menos hace que el cuerpo se resienta, pero más también.
·         Que al conductor le pique una oreja: Esa sensación de incomodidad hará que se pierda capacidad de conducción. Si la rasca peor, pues la sensación placentera que conlleva también hará que pierda capacidad de conducción.
·         Estornudar: Un estornudo hace que los ojos se cierren. Por lo tanto no se ve la carretera. Más pérdida que esa no se encuentra en ningún lado
·         Etc.

            Hay tal cantidad de cosas que pueden hacer perder capacidad de conducción que es absurdo luchar contra ellas. Una cosa es promover una conducción responsable, y otra muy distinta criminalizar un hecho que “PUEDE” que cause un problema. Pero claro, todas estas medidas se crean con la mirada puesta en la recaudación futura. En lugar de pedirle a los agentes de seguridad que velen por la seguridad, es mucho más cómodo (y sobre todo rentable) que busquen la multa fácil. Pero claro, para ello primero hay que crear una serie de “normas” que tengan asociada dicha multa. 

            No por hablar por teléfono en el coche se va a tener un accidente. No por escuchar música en el coche se va a tener un accidente. No por hacer algo en el coche se va a tener un accidente. Igualmente no por “NO” hacer algo en el coche se va a evitar que se tenga un accidente. Una persona que conduzca mientras mantiene una conversación telefónica, es evidente que tendrá menos atención puesta en la carretera, pero condenarla por ello es como decir: En el momento del nacimiento se mete en la cárcel al bebé por el “posible” asesinato que cometerá en el futuro. Puede que lo cometa o puede que no... pero "por si acaso".

            Sé que la analogía es un poco radical, pero no es demasiado lejana a la realidad. Después de todo un hecho que “puede” que conduzca a un delito no es un delito en sí mismo. Un cazador que va por el monte con su escopeta preparada, “puede” matar a una persona, pero no se le condena por ello. Sólo se le condenará si lo hace, y en ese caso se mirará todo lo asociado al hecho de la muerte, y no al hecho de “llevar una escopeta”. Pues lo mismo debería pasar con los coches. 

            Una conducción prudente, acorde a la carretera, y cumpliendo todas las “medidas” exigidas por el Gobierno, no garantiza que no se vaya a tener un accidente. Y pongo un ejemplo que ocurrió hoy por la mañana a un par de kilómetros de donde trabajo. Una chica que iba con su coche al trabajo (conozco a esa chica y sé que es de las que conducen bien) tuvo un accidente. Un corzo saltó de un terraplén y chocó contra su coche (menuda imagen la de la puerta del acompañante, la metió totalmente para adentro), ocasionando que perdiera el control y se saliese de la carretera. ¿Había incumplido las normas de circulación? ¿Había realizado alguno de esos actos tan perniciosos para la conducción? Simplemente tuvo un accidente por un “evento externo”. Y como ese montones más. Es más, la mayoría de los accidentes ocurridos en las carreteras se deben principalmente a eventos externos (baches, animales, condiciones meteorológicas, etc.). Pero en lugar de garantizar unos mínimos de seguridad vial para prevenir dichos eventos en la medida de lo posible, se sigue persiguiendo al resto.

            Y, como es evidente, también deberé hablar del alcohol (antes de nada decir, y cualquiera de los que me conozcan podrá corroborarlo, que yo no bebo de forma habitual, y en las “ocasiones especiales” a lo sumo una copa y para de contar, y si tengo que coger el coche jamás pruebo una gota, aún cuando sea "ocasión especial"). ¿Es peligroso conducir bajo los efectos del alcohol? Evidentemente sí. ¿Habría que prohibirlo? Ahí ya difiero un poco de la “corriente actual”. Yo no considero que prohibir la conducción alcohólica sea lo que haya que hacer. Una persona que, después de haberse tomado un par de copas, coge el coche y, viendo que no “coordina” como siempre, decide ir a su casa con mucha calma en la carretera, prestando atención doble a todo lo que ocurre y sin meterse en líos… ¿por qué se le condena como si fuera un criminal apestoso? Esa persona, dentro de su propia capacidad, ha razonado y obrado de una forma correcta. Otra persona, sin haber consumido ni una gota de alcohol, decide dedicarse a probar su coche nuevo de sopocientos caballos, haciendo trompos, y poniendo en peligro a la gente… ese es un “buen chaval”. ¿Alguien ve la incongruencia? El que va a conducir mal, lo va a hacer igual, haya bebido o no. El que va a conducir bien, si nota que no puede coger el coche, no lo hará, y si nota que sí puede hacerlo, lo hará con precaución. Por lo tanto no es el hecho de haber consumido alcohol lo que es peligroso. 

            El hecho peligroso en sí mismo es la conducción. El cómo se conduzca. Una conducción buena debería no estar penada. Una conducción mala debería ser perseguida. Unas fuerzas de seguridad adecuadas, vigilarían la conducción de la gente, vigilarían que fuese seguro conducir. Actualmente no hay ni una sola patrulla que vigile eso, lo único que hacen son controles para cazar multas. Por lo tanto se está pervirtiendo su mera existencia. Dejan de ser fuerzas de “seguridad” para ser meros “recaudadores”.

            Ahora toca hablar del casco en motos y del cinturón de seguridad en coches. Que yo me ponga o me deje de poner cualquiera de esos dos objetos es (debería ser) cosa exclusivamente mía y de nadie más. Es mi vida. Y el Gobierno no debería meterse en ella. A título personal yo soy de los que se ponen el cinturón siempre (digamos que no tengo ganas de perder la vida por una tontería), pero, por ejemplo, hoy por la mañana, después de cargar el coche en la gasolinera me fui a la sección de lavado para pasarle un agua (el polvo de los pinos es lo que tiene, que deja los coches “preciosos”, y si son negros, como el mío… menuda maravilla). No debía haber ni 50 metros de distancia. ¿Hace falta ponerse el cinturón? Yo lo hago (principalmente porque mi coche se pone a pitar cosa mala si arranco sin él puesto), pero la verdad es que hay ninguna necesidad de él. Pero si hubiera un policía o guardia civil allí y ve a alguien haciendo eso mismo sin el cinturón… 300 euros de multa no se los quita nadie. Y con los cascos pasa tres cuatros de lo mismo. Ir con casco o ir sin casco puede significar la diferencia entre la vida y la muerte en caso de accidente de moto. Pero la decisión es íntegramente del piloto. Un tercero no puede (perdón… no debe) obligar a nadie a velar por su propia vida. Podrá aconsejar, podrá recomendar, podrá anunciar… pero obligar está más allá de sus atribuciones.

            Y como creo que ya me he enrollado demasiado, simplemente poner unas breves conclusiones y dejarlo por hoy. 

            Una conducción responsable depende principalmente del conductor. Un conductor responsable sabrá qué hacer con su vida. Una persona podrá conducir mejor o peor a según qué circunstancias. Para algunos, cambiar un CD en el coche es algo tan automático que no tienen ni que mirar para hacerlo y por lo tanto mantienen una conducción prudente y responsable. Para otros conducir con una mano en el volante y otra en la manilla de cambios no les cambia su forma de conducir. Para los de aquí conducir con tráfico les causa estrés y pérdida de reflejos. Para los de allí conducir con condiciones climatológicas adversas aumenta sus capacidades de atención y conducen mejor. Para los de arriba conducir rápido les va mejor que ir lentos. Para los de abajo conducir lentos les va mejor que conducir rápidos. 

            En resumen, que un conductor es bueno o malo en función de si mismo, no de los extras que queramos añadirle. Y criminalizar uno de esos extras sólo consigue que aquellos conductores buenos se fijen más en el cumplimiento de esas leyes (y por lo tanto que pierdan capacidad) que en la carretera, y los malos… pues como que les da igual todo y, haya ley o no, van a seguir haciendo lo que les salga de las narices.